No hay peor enemigo que aquél que se infiltra entre los suyos, mientras va corroyendo, como lo hace el ácido con los elementos, sin piedad y de manera inexorable. Los motivos, miles. Las consecuencias, terribles. La solución, nunca libre de polémica.
Una sociedad que ha luchado por los derechos individuales, ahora se encuentra con una situación en la que debería comportarse como lo hacen los bancos de peces ante un gran depredador. Pero nada más lejos de la realidad. Muchos prefieren seguir por la senda de lo singular, como hasta ahora. Y es que trabajar en grupo se aprende, se enseña, se ensaya. Pretender conseguir que ante un problema, nos comportemos de forma única, es como poner vallas al campo al primer intento.
Por otro lado, el enemigo infiltrado, sin saberlo, o eso quiero creer, está seguro de comportarse de manera genuina. Y hace alarde de su derecho firme a la hora de reivindicarse en perpetrar sus acciones, por muy a contracorriente que parezcan, por antipopulares que sean. Y se me viene a la memoria lo de si no quieres caldo, toma dos tazas.
Estamos ante dos posturas antagónicas en las que todos perdemos. El sistema, por no adecuarse tan rápido como quisiera y el individual, que engalanado con vitolas de libertad, se autodestruye y nos arrastra a cada uno de nosotros de manera inevitable.
Los “negacionistas “infiltrados, con objetivos vitales como celebrar fiestas, reunirse con quien quieren y llevar la mascarilla donde les plazca, se deben enfrentar a la mirada rabiosa del que cumple, como el pez en el banco y al pesar del atónito macho alfa estatal, que contempla cómo su fórmula mágica del éxito, pierde fuerza y coraje, tornándose completamente estéril e inútil.
Y yo , voy contemplando, de manera anticipada, cómo quedará todo este entuerto en un futuro. Y miro que el daño que este virus ha generado, en parte, proviene de nuestro comportamiento. Y pienso en si puedo confiar en la responsabilidad de la gente aquí y ahora, cuando en el pasado no eran capaces ni de ponerse una mascarilla por el bien de todos. Y dudo en dar mi confianza a los dirigentes que no eran capaces de mirar más allá de sus intereses partidistas, aromatizados con el perfume de la inoperancia. Y renuevo los votos a la hora de constatar que el hombre, en demasiadas ocasiones, es el lobo para el hombre. Mientras tanto, sólo me cabe esperar.
Autor: Jose Minguell Calvo
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